Crónicas Inauditas. El mundo en un lugar

Por Maxi Roberto

El Conurbano Sur tiene sitios que parecen sacados de nuestros sueños más maravillosos. Sitios en que nos sentimos distintos, en los que creemos que llegamos a ser nosotros mismos. Espacios que bautizamos de diferentes maneras para darles el sentido que merecen. Esta es una crónica especial. Les hablare de un sitio y de su alma. ¿Puede un lugar tener alma?

Desde hace tiempo, los domingos son un bien muy preciado para mí. Después de muchos años de laburar fines de semanas enteros sin saber lo que significaba levantarse para iniciar el ritual del asado, los mates en la cama con el sol mañanero entrando por la ventana, organizar la visita a lo de un amigue, familiar, cancha, fulbito con les pi, las faturas (acá abro un debate tremendo: las cosas dulces esas rellenas de dulce leche o crema pastelera, membrillo y otras yerbas que se morfan con los mates del desayuno o de la merienda se llaman FACTURAS o FATURAS?) de la tarde en la casa de alguien. En fin, todo eso me fue desconocido hasta que pude lograr no laburar más los domingos. Ahora voy por los lunes. Sin embargo, este domingo en particular en que necesité levantarme para ir a trabajar, a recabar información, no sentí el mismo peso de antaño cuando iba rumbo a los diferentes trabajos. No sentí esa bronca de esclavo. En ningún momento tuve ese malestar de saber que MI DOMINGO estaba condenado a ser la ganancia de otre. Para nada. Quizás porque sabía adónde iba. Quizás porque sabía a quienes vería. Quizás porque la memoria habita en nosotros y en los sitios donde se construye, necesitando revisitarlos para volver a encender la llama que ilumina el camino. Ya no le tuve miedo al domingo.

¿La calle? Requete vacía. ¿El clima? Perfecto. ¿El transporte público? Bua. Era una de esas mañanas de domingo que sólo se ven en las películas. La luz, increíble. Se ve que se habían dado algunas condiciones climatológicas para que la luz del sol no sea directamente la que ilumina sino más bien como que garantizaba el suministro pero era el celeste del cielo lo que nos alumbraba. Eso le generaba un halo a los colores de la naturaleza, los enriquecía, los elevaba y, a su vez, con tanta nitidez que había en el ambiente la obra del ser humano parecía mejor. Los toscos edificios cuadrados y grises, cortados por la misma tijera de repente parecían más amables. Como que me estaban pidiendo perdón. ¿Se veía todo más claro por algo en particular o era yo afinando la lente, poniéndola en sincro con el cuore, preparándome para lo que venía?

12 del mediodía en punto. Había acordado llegar a esa hora, pero no, recién estaba esperando el bondi. Tampoco vamo’ a ser tan puntuales. Dejemos que los anfitriones lleguen y se acomoden mientras yo voy paseando con la ñata pegada a la ventana del 300 admirando todo como con ojo de pez. Por allá, en la curvita que tiene Av. Mitre a la altura de la calle 9, en la pared de un edificio horrible, alguien tuvo la decencia de meter un toque de arte urbano para cortar con ese bodoque de cemento que daña la vista. Me pego a la ventanilla como si estuviera admirando un fenómeno de la naturaleza. ¿No lo era? O sea, ese evento climatológico que vengo describiendo sin saber si existe acaso, ¿me estaba haciendo ver en su total magnitud esa boca, esos dientes que emergen del concreto? Más adelante, la vieja fábrica Ducilo que le dio nombre a todo lo que la rodea: La escuela Ducilo, la placita Ducilo, el barrio Ducilo. Léxico de otras épocas con todo lo que ello significa.

Cruzo la frontera y entro en Quilmes. Me recibe un gran cartel de una cadena de hipermercados francesa con mi nombre. Lo saludo a lo lejos. Pocos metros más adelante la solemnidad de la muerte: El cementerio de Ezpeleta emplazado en pleno casco urbano. Un conglomerado de, al menos, 15 manzanas de historias. Hasta tuvo su mito urbano con la famosa «Chica de Khetal», nombre que llevaba una histórica Disco y boliche bailable que supo tener sus años de esplendor por la década del 80, situado a pocos metros de una de las esquinas principales del cementerio sobre Av. Mitre, entre La Guarda y Salta. ¿La historia? Narraba las desventuras de unos caballeros que cortésmente le cedían su abrigo a una bella damisela de vestido blanco la cual se comprometía a devolverlo al día siguiente a la hora del té en su terruño, y que cuando el caballero se presentaba en la puerta una señora desconsolada le decía que ella había partido al mas allá hacía varios años y que si le parecía mentira lo podía comprobar con sus propios ojos en el cementerio del lugar, buscando la sepultura de fulanita de tal. Conclusión, cuando el caballero iba a corroborar si lo que decía la señora era cierto, encontraba su abrigo en la tumba de quien estaba buscando. Algo así era. Me voy perdiendo en los recuerdos de esa zona de Ezpeleta. Trabaje unos años por allí, siendo menor de edad, en un supermercado, como cadete de envíos a domicilio, así que la zona la conozco de par en par. Se empiezan a activar circuitos emocionales. Siento como se regenera el tejido sensorial. Floto.

12:25 hs. del domingo más lindo que recordaba. ¿O en realidad se estaba empezando a generar una parábola? ¿No era capaz de recordar otro domingo así? No. ¿Será que lo que sentía, en realidad, era la emoción y no el clima? Días así, y domingos así, habré transitado miles. Pero no los vi. ¿Por qué ahora sí? ¿Saben cuántas veces vi y me maravillé con el mural extraordinario, eterno, del artista quilmeño Gabriel Quipildor, quien realizo una obra monumentalmente hermosa, poética, inspiradora, respetuosa, critica de un modo tan sensible que estremece, allí en la esquina de Av. Mitre y Dorrego? ¡MILLONES! Y ese día, ese domingo, mas allá de que lamentablemente no está en las condiciones que debería y es una lástima eso, lo vi brillar como nunca, entremezclado con las sombras de los viejos árboles que hay delante y tras el paredón que sirve de tela. Con los grises y modernos módulos de residencia humana que parecen querer asomarse a mirarlo. A admirarlo. Envidiosos por ser tan frágiles. Cuando bajas por Dorrego camino como hacia el rio, el paredón de la vieja fábrica continua pero la majestuosa obra de Gabriel. Ella se encuentra emplazada solo sobre Av. Mitre, entre las calles Dorrego y Primera junta, 300 mts., aproximadamente. Sin embargo, el hecho de que la obra no siga también abre un espacio a la imaginación ya que la escena se modifica. Ya no está ese fondo casi metafórico que entremezcla la modernidad boba y la evolución creativa del saber popular. Se abre otro panorama. Otro sentir. Desde la vereda de enfrente se ve un paredón infinito, amarillento. De su cima van brotando ramas y grandes árboles que parecen viejos. Ladrillo tras ladrillo, te vas perdiendo en un sinfín de mundos a los que podría pertenecer esa fotografía. Podes estar en una escena post apocalíptica o podes estar en un ambiente medieval. Elije tu propia aventura.

Las veredas del conurbano tienen sus altibajos: tres calones para arriba, tres para abajo, cordones altos. Bajo por una rampa de acceso a vehículos y cruzo hacia el paredón ya que un portón gigante interrumpe la hilera de ladrillos brusca e intempestivamente, como obligándote a mirarlo. Créanme que es un portal. Pasen.

«Nosotros venimos de Varela. Terminamos en Quilmes porque allá es imposible gestionar o auto gestionar algún proyecto cultural», me comenta Fede Ruhl mientras deja descansar unos cuantos bollos de pizza para el almuerzo-merienda. Estamos en la cocina de Interlunio Club Cultural, un espacio dedicado y sostenido para albergar todo tipo de encuentros referidos al arte y a las distintas expresiones culturales de la zona y del Conurbano todo. Esa vieja cocina de fábrica es hermosa. Tuve la oportunidad de cocinar ahí dos veces y fueron experiencias increíbles. Imaginate estar picando cebollitas y que por un gran ventanal muy viejo se cole un aura perfecta que solo te acaricia, mientras ves el frondoso bosque que rodea el lugar. Le pedí a Fede que me permita participar del rodaje de uno de los Resistiendo ETC, un ciclo de música virtual que se echo andar en plena pandemia y que hace pocas semanas llego a la sesión numero 50, la cual fue registrada en su totalidad en vivo, con público y marco el regreso de la productora a la gestión de eventos presenciales. El ciclo estrena una sesión semanal con una entrevista en vivo con le artiste que haya participado, sumado a la transmisión del registro que se haya realizado desde su canal de Youtube.

«A mí me cuesta escribir. O sea, cuando entrego trabajos los profes me dicen que se nota que entendí el concepto pero que podría enriquecer mas el texto. Pero me sale así», dice Maxi Giusto mientras admiramos el fuego que cocinará las pizzas. Maxi es requeterecontra melómano, tiene en su poder cientos de discos y afines. Sabe bocha de música. Quizás por eso le cuesta encontrar su prosa. Demasiada información. Recuerdo que cuando me lo decía yo me sentía en la responsabilidad de darle una respuesta a su problema y, por primera vez, sentí el peso de hacerse cargo de escribir. Así que opté por decirle «vos dale pa’ delante». Me congelé. ¿Capaz que le cagué la vida? Espero que no. Aparte de Maxi que vino a hacer de apoyo logístico y yo que vine a chusmear y Fede que se encarga no sólo de darnos de morfar sino también de las producción general y de las cámaras, en el lugar se encontraba todo el equipo del Resistiendo: Soledad Gonçalves en fotografía y producción audiovisual, Daniel Paiz encargado del sonido, mezcla y mastering de los envíos, Manu Calcagnini quien por estarse rodando el majestuoso Ritualito 2 no sólo se encargó de los detalles visuales y estéticos de las tomas sino que también sumo su performance actoral a la carga visual del proyecto. También están Nicolás Yudice fotógrafo, ilustrador y tantos menesteres que participó con las proyecciones y una performance de visuales en vivo más que interesantes y Agustín Ganem que se encargo de los loops para esta sesión que es totalmente psicodélica y atrapante. Te sentís en un viaje al Jujuy pero de Melmac subido a un carnavalito hipnótico que te pasea por todos lados. Esta sesión se filmó en un edificio abandonado del predio que se encuentra prácticamente envuelto por su entorno. Se podría decir que a sus orillas existe una selva marginal. Es perfecto. La luz entra como pidiendo permiso serpenteando entre objetos inanimados. «Es el sitio donde se acumula el paso del tiempo», le digo a Agustín mientras lo recorremos de punta a punta con los ojos. Cada partícula de polvo parece puesta milimétricamente a propósito. Algo se apodera de vos cuando entras a ese sitio. Cuando arranqué a describirlo dije que la estructura estaba abandonada. Ya no pienso igual. Está habitada por el paso del tiempo.

Por cuestiones lógicas, la productora graba dos sesiones por domingo lo que implica un esfuerzo gigantesco para cualquier proyecto auto gestionado. Por eso es importante la colaboración del público ante estas ofertas culturales. Ese día más temprano, entre las pizzas y el Ritualito 2, se rodó el set de Aylu Carmona que fue el envío número 44 del ciclo. Rodeada de ese cemento añejo y de las lavandas en flor, la voz de Aylu parece sacada de las entrañas del bosque que la rodea. Con esa lágrima tan particular y una crudeza que te interpela, uno fácilmente puede sentir ese rugido, ese fuego que le crece desde adentro.

La tarde se esfuma y con ella se empieza a esfumar esa visión adquirida en la mañana. Todo vuelve a la normalidad. Cada instante transcurrido en Interlunio es un regalo para el alma. ¿Fue mi mejor Domingo? ¿O fui mi mejor yo un día Domingo? Si fue así, ¿lo logré por motivos propios? Aprovecho para recorrer ese bosque una última vez. Quiero dejarme sorprender por lo que depara cada vueltita. Quiero ver la capa de Gabo flotando otra vez. Los lugares tienen alma.

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