Una mirada argentina sobre Afganistán: «Cuesta creer que el talibán haya cambiado»

Ex Sub Jefe del Ejército Argentino y también historiador, el general de División (R) Héctor Prechi es veterano de la guerra contra el talibán. De hablar claro y sencillo, en esta charla cuenta su experiencia en Afganistán y opina sobre la responsabilidad occidental en cuanto a la situación actual de ese lejano país asiático. Duda de que los talibanes de hoy sean muy distintos a los de hace veinte años. Y se pregunta por qué un soldado extranjero debiera defender a las mujeres de un país cuyos soldados huyeron, y donde el resto de los hombres está mirando para otro lado.

POR: NICOLÁS AVELLANEDA

La suerte, la casualidad o más seguramente una concatenación de hechos –tal vez algunos fortuitos- le dieron un día la posibilidad de ir a un lugar en el cual quizá nunca hubiera pensado. Pero rápido de reflejos, el entonces mayor y hoy general de División (R) Héctor Prechi aceptó el convite. En esta nota y en forma muy amena, el militar cuenta su paso por el país del talibán y deja su opinión sobre aspectos importantes de la cuestión afgana, tan compleja de entender para los occidentales.

El ex Sub Jefe del Ejército Argentino entre 2018 y 2019 –como el buen historiador que también es-, se muestra muy didáctico. Por suerte, porque en temas como éste conviene ser lo más claro posible: “Quiero contar la historia en una forma ordenada, para que se entienda. Siempre, en estos casos, hay una serie de causalidades. Y uno debe estar en el lugar indicado, en el momento adecuado. Como es sabido, el Ejército Argentino tiene programas de intercambio con otros ejércitos del mundo, programas que son pequeños, reservados para poca gente, pero que son muy importantes porque son programas en los cuales se adquieren muchos conocimientos que luego se transmiten al resto del Ejército. Así, en aquel momento –mediados de 2001- había un programa de intercambio con el Ejército de los Estados Unidos por el cual, un oficial de cada país iba a cursar en la Escuela de Guerra del otro país. En el segundo año de ese programa, un oficial estadounidense vendría a nuestra Escuela Militar de Montaña, muy destacada y reconocida por su experiencia. Como contrapartida, un mayor de nuestro Ejército –en este caso yo-  iría en intercambio, por un año, al Comando de la Décima División de Montaña del ejército norteamericano, ubicado en el Fuerte Grant, bien al norte de Nueva York”.

Desplegado en Asia Central

El militar avanza en su relato y nos retrotrae al fatídico año 2001: “Allí, donde estaba desde julio del 2001, me sorprendió el ataque a las Torres Gemelas, ocurrido el 11 de septiembre. De tal modo, y en principio, yo estaba en el lugar indicado. Pero había algo más que debía ocurrir para que fuera el momento adecuado, y ocurrió. Porque el Comando de esa División –en realidad una parte de él, muy reducida, de apenas 150 hombres- fue designada por el Ejército de EE.UU. para conducir las operaciones logísticas de apoyo de las fuerzas especiales que estaban ayudando a la Alianza del Norte a combatir contra el talibán. Poco después, el mismo Comando sería designado para conducir todas las operaciones de combate terrestre en territorio afgano. Entonces, cuando eso sucede,  un teniente coronel norteamericano que en los hechos era mi jefe, me pregunta si yo estaba dispuesto a ser desplegado, como voluntario, ‘en Asia Central’. Sin más precisiones, porque más no se podía decir en ese momento. De inmediato dije que sí. Y no porque estuviera loco sino porque en el momento vi dos cosas: primero, la tremenda oportunidad que se le presentaba a un oficial de nuestro Ejército. Pero además –si bien después no se concretó- consideré que el crimen había sido tan espantoso que yo sería una suerte de adelantado (hubiera sido el primero y no el único como terminé siendo) de los militares argentinos que serían desplegados en una misión de las Naciones Unidas”.

Cual si estuviera dando un informe o un parte de batalla, el general Prechi no omite detalle: “Me equivoqué en una cosa y no en otra: Argentina no envió tropas, pero al final no solo fueron tropas norteamericanas las desplegadas en Afganistán. Se terminó conformando una Fuerza de Asistencia Internacional de Seguridad –UNISAF, según la sigla en inglés -. Y esa fuerza, si bien respondía a la OTAN, estaba integrada por unos 40 países. Es fácil entender por qué Argentina no integró aquella fuerza: yo desplegué en diciembre de 2001, días por los cuales el país tenía tantos problemas que el envío de fuerzas a Afganistán no estaba dentro de sus prioridades”.

Llegado este punto de la charla –para hacerla más amena el entrevistado pidió al comienzo que el trato fuera lo más llano posible-, el cronista tiene una intriga, entre otras tantas: el despliegue ¿obligaba al militar argentino a combatir? Prechi se pone más serio y responde, aunque a la vez aclara: “Sí. Pero antes quiero explicar cómo era el intercambio: estaba tan bien hecho que preveía que en caso de haber combate el país anfitrión pudiera integrar a ese oficial de intercambio, aunque no sin antes solicitar la autorización del país al cual pertenecía el oficial. Así que en mi caso se solicitó la autorización para que luego pudiera desplegar. Y otra cosa: cuando hablamos de combate, debe quedar claro que yo ocupaba un lugar en un puesto de comando de fuerzas terrestres. No comandaba tropas estadounidenses pero, como siempre ocurre cuando uno está en un Estado Mayor, hay personal que depende de uno, que trabaja a las órdenes. Yo asistía al comandante de la División a comandar esas tropas que combatían y, si bien teníamos una directa participación en el combate, no es lo mismo que estar en la primera línea de fuego, en los cerros, con la tropa de infantería o de ingenieros. En mi caso, el riesgo era mucho menor pero, como yo siempre lo aclaro, uno muchas veces tiene que ir en avión de un lado al otro. Y cuando estás en el avión, te tiran; cuando volás en helicóptero, te tiran. Cuando estás en la base, de vez en cuando te cae algún proyectil de mortero o algún cohete… Ahora, el riesgo mayor lo tiene el soldado que está en la primera línea”.

Una valiosa experiencia y la incógnita talibán   

En total, la estadía de Prechi en el Asia Central se prolongó unos siete meses y medio. Cronológicamente, en diciembre de 2001 aterrizó en Uzbekistán, donde estuvo un mes; luego ya en enero voló a la base afgana de Bagram y allí estuvo hasta mediados de julio de 2002, con alguna que otra visita a la capital, Kabul. Lugares de residencia temporal al margen, también era importante saber si la afgana era su primera experiencia en combate. Nuevamente didáctico, Prechi cuenta: “No, y sí. Te explico: soy de la promoción de compañeros que egresó, anticipadamente, en el año 82 por la guerra de Malvinas. Pero a diferencia de algunos de mis heroicos compañeros no fui destinado a Malvinas sino a Río Gallegos y nunca pasé a las islas. Tuve luego otra experiencia de combate porque estuve en el combate de (el Regimiento de Infantería Mecanizada III) La Tablada, tras el intento de copamiento por parte del Movimiento Todos por la Patria, en 1989. Entonces yo estaba en la Décima Compañía de Ingenieros, que formaba parte de la misma Brigada, así que fuimos de los primeros en llegar y combatir. Sin embargo, a nivel de un conflicto entendido como un enfrentamiento bélico entre dos o más países, de esa magnitud la de Afganistán era mi primera experiencia”.

Prechi dice haber aprendido muchas cosas durante su experiencia afgana, pero de todas ellas rescata una que está mucho más cerca de lo humano que de lo militar:

Aprendí muchísimo. Ahora, si hay algo que agradezco, es que la gente que trabajó conmigo, tanto de los Estados Unidos como de otros países, siempre me trató como uno más. Cuando me invitaron a acompañarlos fue porque pensaron que yo podía aportarles algo diferente del resto, ya fuera por mi formación o mis capacidades. Creyeron que, aunque por haber hecho la Escuela de Guerra con ellos conocía sus procedimientos, podía tener otra visión y hacer otros aportes. Eso al margen, creo que lo que más aprendí en toda mi estadía en Afganistán, puedo resumirlo en lo siguiente: tanto en la guerra como en otros momentos críticos, sin importar quién sea el que mande, el soldado va a seguir al que más sabe. ¿Por qué? Porque él está convencido de que el que más sabe será quien logre que él llegue a cumplir su misión y quien, en definitiva, le va a salvar la vida. Es que, aunque el cumplimiento de la misión del soldado es parte del espíritu militar en términos generales, en lo concreto uno siempre combate por el compañero que tiene al lado. Y uno, y el compañero que tiene al lado y todos los que están en ese lugar combatiendo, siempre miran al que creen que es el que más sabe y que va a hacer bien las cosas para que todos salven sus vidas. Tengo que decir que en ningún momento, nadie del personal que estuvo a mi cargo o que estuvo a mi lado, dejó de confiar en mí. Muy por el contrario, muchos de ellos, incluidos muchos comandos de diversos países (ingleses, daneses, noruegos, canadienses y polacos, entre otros) muchas veces vinieron a mí en busca de un consejo, una ayuda o para tener una charla que los guiara en la solución a los problemas que se les presentaban. Eso me demostró a mí mismo, primero, lo bueno que era ser oficial del Ejército Argentino, la gran capacitación que yo había recibido y la confianza que le genera a uno mismo saber que está haciendo bien las cosas”.

Prechi, que hoy en sus días de civil también es representante artístico de una cantante folklórica, admite que su labor en Afganistán hizo “quedar bien” a los militares argentinos. Y lo dice de esta manera:

“¿Si nos hice quedar bien? Bueno, estoy convencido que sí. Te cuento algo que por un lado era cómico y a la vez me hacía sentir un gran orgullo. De pronto llegaba alguna alta autoridad norteamericana como el Secretario del Ejército (ellos tienen a un civil en ese cargo) o el Secretario de Defensa (en Estados Unidos se denomina “secretarías” a las carteras que aquí son “ministerios” –N. del R.-), que en esos momentos era Donald Rumsfeld. Entonces el comandante de la División les explicaba cómo se componía la fuerza internacional, entre todas las banderitas de los países participantes estaba, lógicamente, la de Argentina. Pero era la única bandera ‘unipersonal’, ya que el único militar argentino allí, era yo.

Por fin llega el momento de que el militar de su visión sobre la facción que hoy ocupa el poder en Afganistán. ¿Qué es el talibán?

“Es un grupo que surge de las escuelas religiosas del sur oeste de Afganistán, perteneciente a la etnia pashtú, la más numerosa de aquel país. Por lo tanto, no hay que guiarse por la etnia en sí sino precisamente por la facción, que se fue conformando a lo largo de los años pero que tuvo su florecimiento en  el año 1996. El grupo está conformado por gente absolutamente fanática, y entiéndase que no utilizo el término ‘fanático’ en carácter peyorativo sino estrictamente descriptivo de la forma de ser de gente que desde los cuatro o cinco años de edad es sacada del seno familiar para ser formada en esas escuelas religiosas, donde finalmente es convencida  de que el único objetivo de su vida es lograr el triunfo de la sharia (es la ley o cuerpo  de derecho islámico. Configura un código detallado de la conducta a seguir por los fieles del Islam, en el que se incluyen también las normas inherentes a los modos del culto, los criterios morales y de la vida misma, incluidos los bienes y pertenencias que se pueden o no poseer –N. del R.-). Para el talibán, la sharia debe regir la forma de vida de todos, y no hay otra forma de alcanzar el Paraíso sino llevando adelante esa misión sagrada. Por lo tanto, cualquier otra cuestión queda subordinada a esa misión. Como tantas otras veces en la historia –quizá podamos recordar la falsa interpretación del bushido (“camino del guerrero”, en japonés –N. del R.-) que la casta militar japonesa hizo durante la Segunda Guerra Mundial-, ese fanatismo lleva a los talibanes  despreciar a quienes se le enfrentan, a despreciar al enemigo y a despreciar a todo aquel que no piense como ellos. Por lo tanto, estamos frente a una facción que es muy difícil de ser derrotada porque se retroalimentan permanentemente y el fanatismo los lleva a no ceder. Así, se los puede derrotar militarmente; por un tiempo van a quedar muy mal, dispersos y ocultos, pero finalmente, al cabo de unos años, recuperada su fuerza y su poderío, van a resurgir”.

A continuación, Prechi repasa lo ocurrido con los talibanes en los últimos veinte años y señala los años en los cuales, tras ser derrotados en 2002, volvieron a aparecer. Y menciona el 2006, el 2010 y la dura batalla que dieron entre ese año y 2014, cuando volvieron a ser derrotados tras enfrentarse a 130 mil efectivos de diversos países. Y cuenta lo ocurrido en Afganistán en estos últimos años.

Desde 2015, Estados Unidos y todas las otras fuerzas retiraron sus tropas de combate dejando guarniciones muy pequeñas que tenían como misión entrenar al ejército afgano. Pero esos cinco años entre 2015 y 2020, fueron aprovechados por los talibanes para recuperarse, reclutar gente, prepararse y reforzarse para cuando llegara una nueva oportunidad. Es que, tarde o temprano, Estados Unidos iba a retirarse definitivamente de Afganistán. Y entonces ellos tratarían de retomar el poder”.

El financiamiento y otras dudas

Habida cuenta de que los talibanes no tienen un gran poderío económico y que pertenecen a un país pobre y con pocos recursos naturales, otro interrogante es cómo se financian quienes hoy ocupan el gobierno de Kabul. Prechi lo explica:

Los talibanes tienen dos fuentes fundamentales de financiamiento, aunque puedan tener muchas. Una, es el comercio de la heroína, que deriva del opio que genera la flor de la amapola, una planta muy común y que crece muy fácilmente en Afganistán. Pero también reciben financiación de ciertos grupos islámicos, fundamentalistas como ellos. Además, en general, los países de la península arábiga –que nadan en petróleo-, suelen financiar a todos los grupos terroristas con tal de que a ellos nadie los moleste. Así, mientras Arabia Saudita le compra armas a Estados Unidos diversos grupos financieros de ese país dejan circular dinero entre las facciones extremistas islámicas; en Qatar ocurre lo mismo. Complementariamente, el talibán aplica la misma política que usó la guerrilla en Colombia: secuestros extorsivos, cobro de peaje en las rutas que están en sus dominios y distintas formas de recaudación en las zonas que controlan. Pero las dos principales son las que cité al comienzo”.

Días atrás, un profesor de la Universidad de Kabul, hablando con un canal de noticias argentino, dijo confiar en que esta vez los talibanes no serán tan violentos ni tan agresivos con las mujeres porque “ya han aprendido la lección”. Pero el general Prechi duda del pronóstico de aquel profesor.

Es muy difícil creer que esta vez el talibán no va a ser tan violento y agresivo como siempre lo fue-. Además, por más que uno trate de definirlos como una entidad única, los talibanes entre sí también tienen sus propias interpretaciones. Y no hay que olvidarse de que Afganistán es un país tribal; allí la tribu siempre tuvo prevalencia sobre cualquier otra cosa. Los talibanes responden a un líder, sí. Pero cada líder regional tiene mucha autoridad para imponerse. Lo que sí es claro es que ellos aprendieron la lección. Saben que tienen que asentarse en el gobierno y para eso van a necesitar fuentes de financiamiento genuinas. Porque ya no se tratará de financiar a un grupo guerrillero de setenta mil hombres sino van a tener que financiar a un país entero. Y para eso necesitarán del reconocimiento extranjero. Por eso creo que tendrán un discurso y una política soft. Sobre todo ante la prensa internacional y para lo que se vea en Kabul. Pero al mismo tiempo que esto ocurra tal cual lo dijo ese profesor de la Universidad de Kabul, no me extrañaría que en una provincia lejana algún comisario talibán ejecute al comisario anterior por haber colaborado con los occidentales. Quiero decir que la escencia es muy difícil de cambiar”.

El cronista expresa seguidamente otra de sus tantas dudas: ¿Cuentan los talibanes con gente capaz para integrar un gabinete que les permita gobernar con cierta tranquilidad? El ex Sub Jefe del Ejército tiene la misma duda:

No estoy seguro de eso. De hecho, cuando gobernaron no les fue muy bien. Y es porque son hombres de acción, hombres de guerra. Ahora, si lograran sumar algunos intelectuales –como ocurrió en el ’96-, tal vez puedan funcionar. Pero les va a resultar muy difícil, porque ya de por sí gobernar Afganistán es muy difícil. Ellos son gente muy capaz, pero preparados especialmente para el combate, no para gobernar. Pero si no pueden armar una especie de coalición, con ciertos sectores intelectuales que colaboren con ellos, se les va a complicar. Creo que va a costarles porque, para sumar sectores, tendrían que partir de una ley cuyo espíritu fuera algo así como: ‘perdonamos lo anterior si te sumás a lo nuevo’. Si esto ocurriera, tal vez puedan hacer algo coherente en el gobierno”.

A renglón seguido, Prechi se anticipa a una pregunta cronista. Y, desde luego, la responde:

¿Es posible que la acción del talibán genere un contra poder? Seguramente que sí. Es algo común en todo el mundo: cuando hay un poder tan fuerte, tan extremo, se generan contra poderes. Y entonces va a generarse una situación parecida a la de antes del 2001; entonces, ciertas etnias y tribus que son enemigas históricas del talibán, van a comenzar a formar grupos guerrilleros que creen focos de resistencia, sobre todo en el norte y en el noroeste del país. Esos grupos van a enfrentar al talibán y a establecer una guerra de guerrillas ya que el enfrentamiento directo sería imposible. Hoy el talibán es muy fuerte y seguramente ya se ha apoderado de gran parte del material que abandonó el ejército afgano al huir despavorido. Pero sin duda en un futuro vamos a tener una nueva guerra interna en Afganistán como ha ocurrido siempre, a lo largo de su historia. Y a  propósito de guerras internas: dejame decir que en Afganistán siempre gobernó el más fuerte y no el que era más inteligente. La pluma inglesa creó un país que tiene muchas tribus, muchas interpretaciones religiosas y muchos pueblos, pero no pudo crear una nación cuyo pueblo tuviera un destino común”.

En el último tramo del encuentro, otra de las dudas del cronista versa sobre si hay responsabilidad de los Estados Unidos y los demás países que ocuparon Afganistán sobre la actual situación de ese país. Prechi responde pero, para explicar mejor, retrocede en el tiempo.

Por supuesto que hay responsabilidad, desde todo punto de vista. Cuando se produjo la invasión, había dos objetivos. El primero era destruir a Al Qaeda y, a la vez, impedir que Afganistán siguiera siendo un país que albergara al terrorismo internacional. Y aquí debemos puntualizar algo no menor: los talibanes gobernaban desde 1996 y desde entonces albergaban terroristas y estaban cometiendo los crímenes por los que ahora la gente se horroriza. Pero nadie decía nada. Y nadie decía nada porque hasta entonces Estados Unidos no había sido atacado; pero cuando los talibanes se hicieron amigos del peor enemigo de los norteamericanos, pasaron a ser ellos el enemigo número uno. Volviendo al punto, ese primer objetivo se cumplió. El segundo, era a futuro: está claro que, si ocupás un país, en algún momento tenés que irte. Y quien debe hacerse cargo es un gobierno local estable y un ejército nacional que genere una motivación y un espíritu suficientes como para enfrentar a las fuerzas internas que se le opongan. Pues bien: claramente, esa segunda parte nunca se terminó de lograr habida cuenta de que tan solo en 15 días se desarmó todo un ejército cuya formación, mantención y entrenamiento habían costado años. Así que es en ese punto que les adjudico responsabilidad a los gobiernos de Estados Unidos y de otros países, no así en retirarse. Pero antes de hablar de la retirada debo señalar que es cierto que, tras el ingreso a Afganistán de los países occidentales, a lo largo de los siguientes veinte años se logró que el país tuviera una vida mejor. Se construyó mucha infraestructura en un país que estaba destruido: pozos de agua, carreteras, escuelas, escuelas secundarias para las mujeres y universidades. Todo eso se logró, es verdad; pero en algún momento había que retirarse y dejarles la conducción a los locales”.

Es entonces cuando el único argentino veterano de Afganistán toca un tema –vinculado con la retirada de las fuerzas occidentales- del que nadie quiere hablar. Y en el filo de la charla se pregunta y nos pregunta, a la vez que deja en el aire la respuesta:

¿Qué dirían las madres de los soldados, estadounidenses o europeos, sobre el hecho de que sus hijos tuvieran que dar la vida para defender la libertad de las mujeres de un país tan lejano, cuando los propios soldados de ese país no tuvieron el coraje de quedarse para defender esa libertad y a esas mujeres con sus propias vidas? Desde luego, los países occidentales que ocuparon Afganistán durante veinte años tienen que reconocer que fracasaron en su tarea de crear y sostener un ejército afgano que no alcanzó nunca a tener el nivel de motivación suficiente –un nivel que sí tiene el talibán- para pelear hasta las últimas consecuencias. Y está claro que los soldados afganos nunca tuvieron esa motivación, porque su ejército se diseminó en quince días”.

 

 

Escribe tu Comentario