Lina Avellaneda y el recuerdo de Graciela Pane. «Me quedaba pendiente dejar testimonio de quién fue mi hermana»

Por Leonardo Martín y Pedro Fernández

Lina Avellaneda es conocida por su extensa y elogiada trayectoria como cantante de tango. Ahora sumó una faceta que también tiene que ver con lo artístico, pero con lo más profundo y sensible de su vida personal. Lina acaba de escribir un libro sobre su hermana Graciela Pane, estudiante en la UTN de Avellaneda y militante política, que fue asesinada por la Triple A en octubre de 1975 cuando tenía 23 años. Graciela era entonces una  destacada dirigente estudiantil en UTN con una historia qué trascendió a su tiempo.

En lo que en principio fueron escritos dispersos, sin el objetivo de concluir en un libro terminó tomando forma con el tiempo en un texto donde Lina Avellaneda recuerda a su hermana mayor en un texto que tiene el prólogo de Tati Almeida, una de las más reconocidas Madres de Plaza de Mayo.  Libro que fue presentando en diversos ámbitos y que trae al presente una de las tantas historias de militantes asesinados y secuestrados por la Triple A y luego con la más sangrienta dictadura cívico militar de la historia Argentina.

Cartas a Gracielita, ¿de dónde surge la necesidad de escribir el libro después de tantos años?

Lina Avellaneda: Tarde muchísimos años para cumplir un deseo que nos manifestaron varias veces diferentes organismos de Derechos Humanos, desde Madres y Abuelas, qué es que la gente desaparecida no quede en un número, sino que se difunda quiénes eran, qué hacían, qué valores tenían, qué defendían. No tanto desde la militancia, sí desde otras actividades más personales. En el caso de Graciela, por ejemplo, cultivaba tulipanes en maceta y así otras cosas que son detalles que los convierte en seres humanos y no solo en un número.

Me costaba mucho escribir la historia porque yo he bloqueado gran parte de mi vida. El asesinato de mi hermana me llevó, en su momento, a mudarme en  muchas oportunidades y tener una vida llena de miedos. Evidentemente mi cabeza bloqueó muchas cosas para poder subsistir y para seguir mi vida que siempre estuvo ligada a la música.  Me costaba mucho recuperar esos recuerdos, pero quería cumplir esta premisa que recién contaba, más en este momento en qué hay un brote de negacionismo.

 

¿Cómo le explicarías a alguien que no la conocía quién era Graciela Pane?

Graciela tenía 4 años más que yo. Era una persona sumamente inteligente y divertida, siempre fue la abanderada en el colegio. Le gustaban mucho los libros, hacer bromas, muy varonil y salvaje por momentos, también un poco hippie. Salida del colegio comenzó a estudiar en dos universidades, hasta que se decidió por la UTN (Universidad Tecnológica Nacional). Era una muchacha que con 23 años ya se había enamorado, casado y estaba embarazada. Había estudiado francés, danzas clásicas y también era muy buen pianista. Mucho para una vida de tan solo 33 años, era muy brillante como a la mayoría de los cuadros políticos que asesinaron que eran gente muy especial. La UTN es una universidad de trabajadores, ella trabajaba en hacer apuntes, en impulsar el comedor, en conseguir libros usados. Eso mientras estudiaba cursaba y rendía. Fue una persona muy especial y para mí una hermanaza.

¿Cómo era tu relación con ella?

Ella me llevaba a mí por de las narices por el estudio, para mostrarme cosas como tener novio, el primer beso, me explicaba todo pero yo era muy rockera, muy de la música y poco libro. Ella fue mi guía para todo lo bueno, lo pensante.

En este recorrido interno, ¿qué te pasó a nivel individual para escribir sobre ella a más de 40 años de su asesinato?

Como para todos, para mí la pandemia fue un período muy complicado en el cual perdí dos amigos muy importantes. Fue un golpe muy fuerte que me hizo pensar que me queda hacer y una de las cosas qué me quedaba pendiente era dejar testimonio de quién era mi hermana, cómo vivía cotidianamente, cómo pensaba. A pesar de los bloqueos, comencé a bucear en los recuerdos y fueron aflojándose, fue compartir algo que solo tenía para mí. Lamento que después de terminarlo hayan venido muchas más cosas a la cabeza que no quedaron en el libro.

¿Cómo fue ese proceso de escritura?

En ningún momento me plantee escribir un libro, en realidad me senté delante de la computadora pensando en Graciela, escribiéndole cosas a ella, como si le contara cosas. Así todos los días un ratito. Se fue armando así, pero nunca con la idea general de que se convierta en un libro. Luego le pasé los textos a uno de los editores más importantes del país, que falleció hace poco, Eduardo Filkenstein, para que con esa información pudiera hacer un libro, así como facilitarle información familiar. Luego de leerlo me dijo que prefería corregir todo lo que tuviera que ver con la sintáxis, pero del contenido nada para que mantuviera la visceralidad, un contenido genuino sin golpes bajos porque además mi hermana era una persona súper alegre y no hubiera permitido que la recordase de esa manera.

¿Qué te pasa cuando ves los recuerdos y homenajes a tu hermana?

Yo soy una persona agnóstica y profundamente atea de dioses, sin embargo tengo cosas que vienen de mi abuela que la cabulera esos de los besos al cielo o de tocar madera y una que tengo es pasar por los lugares dónde está su nombre y tirarle un beso o decirle algo.

Respecto a su muerte, ¿se pudo encontrar a los responsables?

En cuanto a los responsables directos, según consta en las más de 500 hojas de expediente, se presume que fue gente de lo que era la banda de Vandor (asesinado en 1969) que hoy están todos muertos. Fueron juzgados, pero no se pudo probar, se supone, elementos probatorios de que haya sido una persona concreta no hay. Si hay actores que la habían denunciado ante el Decanato como “zurda”, que la habían apretado dentro de un aula y le habían dicho que la iban a matar. Fueron los matones Raúl Bronzini y Carlos Alberto Polo que respondían al decano de la UTN Agustín Monteagudo que a su vez obedecía a las órdenes del ministro de Educación Oscar Ivanisevich (cumplió esa función esa función entre 1974 y 1975 tras la muerte de Perón).

Monteagudo, que fue secuaz de Ivanisevich, siguió ejerciendo el poder aún democracia y siguió cobrando hasta hace algunos años nomás dinero de la Facultad por parte del decano Jorge Omar Del Gener que lo mantuvo como Adjunto para que continúe cobrando. Después del asesinato de mi hermana, Monteagudo, reunió a los alumnos en la Facultad, yo estuve ahí presente, y dijo “que esto ocurría cuando los alumnos se olvidaban que venían a la Facultad a estudiar y no para militar”. Esa fue la amenaza velada.

Hubo un juicio en donde se llegó a la conclusión de que había que detener a estas personas. A uno se le detuvo y el otro se fugó, pero de buenas a primeras me llama un día el juez Oyarbide a mi casa y me dice que el renuncia después del bastardeo o a su juicio, a su investidura porque la Cámara acababa de declararlo nulo. Yo no lo podía creer que la Cámara haya dicho que iba a foja cero, que la Cámara Civil hasta ponía en duda que haya sido un crimen de lesa humanidad porque había sido en 1975 durante el gobierno de Isabel Perón. A estas dos personas sí las deja imputadas porque son tantas las personas y los testigos, pero en libertad porque son gente muy vieja y están radicados en el mismo domicilio desde hace muchos años. Esa fue la segunda vez que asesinaron a mi hermana en que la Justicia archivó la causa. Esperemos que con Claudio Yacoy podamos hacer algo, aunque él ya dijo hace unos días en la presentación del libro que existen problemas para juzgar lo que sucedió en 1975 porque mayormente se trabaja con lo que sucedió durante la dictadura. Hubo 700 casos probados antes de la dictadura con los que cuesta muchísimo avanzar en la Justicia.

Este libro busca rescatar los valores de Graciela, que no se vuelva a una educación para pocos, defender la educación pública, defender la memoria de quienes perdieron la vida por ello, es la única forma de justicia que encontramos.

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