Crónicas Inauditas. Leones bailando ballet

La atmosfera urbana dispara una sonoridad que combina tradiciones y vanguardias ensalzadas con lenguajes muy ricos  que dan como resultado una identidad capaz de sobrevolar amplios sectores de la sociedad. Lo popular como lenguaje de lo posible y de lo palpable. La gran ciudad, la noche y el tránsito perpetuo entre lo que somos y lo que seremos…

Por Maxi Roberto

 Y sucede como todo lenguaje. Se da. Se da bajo el halo del misterio brumoso que te indica que allí hay algo pero que esconde su forma hasta que sea irremediable emerger. El lenguaje es un código. El lenguaje nos identifica qué somos. Es un espejo, transparencia, más allá que los textos, las palabras esconden más de lo que muestran y ese es su fatídico destino. Porque todo es texto, parece no haber nada tras los textos, tras el lenguaje. ¿El habla nos hace humanos? ¿El lenguaje nos hace humanos? Las épocas tienen sus propios lenguajes, la voz de los tiempos, la de los jóvenes de ayer, disruptivo, ilegal, del después, del futuro. Lenguaje es poesía, nos trasciende y condiciona.  Se puede usar como defensa o como ataque. Es adoptar otras lenguas y jugar a imitarlas. Es hablar por otro pero con voz propia ¿Propia de quien? ¿De la época? ¿Del pueblo? Exprimir ese borde. Es todo o nada. Porque hay un lenguaje, el popular, que dicen que es tan pícaro, al punto que es capaz de hablar eso que esconden las palabras.

Arranqué la mañana plasmando un “Guernica” en la bacha de la cocina producto de una noche de domingo agitadísima y fuera de control. En ese mismo momento supe que sería imposible afrontar mis quehaceres ya que mi cabeza tenía una murga a contramano que retumbaba de modo criminal. Opté por eludir todas mis responsabilidades como haría todo ser humano de bien y me desmarque rápido de los compromisos asumidos para ese lunes macabro. Dos dosis de Alikal ayudaron a reponer en parte lo dañado de mi mente que seguía sonando como una orquesta de hienas tartamudas ladrándome al oído. El escenario era desgarrador. La cocina reunía los restos del naufragio sobre la mesa de madera. El hedor a alcohol que supuraba el ambiente era impactante. Advertí el mismo aroma que se puede apreciar en bares cuando recién abren sus puertas: Ese amargor indisimulable que retienen los objetos presentes.

Intente unos mates. Error. El ruido de cada traste que lavaba seguía conmoviendo parte de mi cerebro machacado. La novedad pasaba ahora por el hecho que desprendido de mis obligaciones a las que había renunciado minutos antes se abría ante mí la posibilidad de recorrer un lunes sin la típica presión de los lunes, sin esa carga emocional negativa que derrumba cualquier atisbo de esperanza. ¿Todos odiamos los lunes? ¿Por qué? Seguro alguien disfruta de ese día de la semana en particular. En una época de mi vida laboral tenia franco los días lunes y la verdad que en ese momento no me parecían tan horrendos: te levantas a contramano de casi todos, transitas el día sin esa angustia, sin esa fuerza maligna que emana. Pensé “tengo que encontrar a quienes disfruten de los lunes y caerles”.

Termine de acomodar la casa luego del huracán dominguero y me dispuse a encontrar algo para hacer esa jornada de descanso que me auto impuse. Cerca del mediodía recordé quien podía llegar a disfrutar de los días lunes a tal punto que para esa persona significara el mejor día de la semana, el más esperado. Lo contacte, le dije “llevame”, sin dudarlo me dijo “dale” y acordamos encontrarnos en la parada del 159 que va por autopista hasta el Correo Central. Me deparaba un viaje a la Ciudad de Buenos Aires, más precisamente al barrio de Colegiales, también conocido como “la loma del orto” para nosotres les habitantes del Conurbano Sur.

Lo que me impresiona de quienes tocan en ese nivel es que lo que componen lo crean en el momento, en ese mismo momento” se atraviesa como una flecha, toda esa frase se ilumino ante mí. Logro imponerse al ruido del gigantesco motor diesel que bramaba desde el fondo del bondi. Logro protagonismo por sobre el cotorreo pedante de dos tipos que se sabían de memoria algún guion. Me obligo a despegar mis ojos de la ventanilla, deje de observar, maravillado, lo veloces que pueden ser los arboles. La jeta que disparo esa flecha fue la Cesar Barrionuevo quien muy amablemente aceptó mi auto invitación a una de sus clases de ensamble en la cual él junto a sus compañeros estudian las minucias de uno de los géneros más apasionantes de la música popular, el Jazz. 

Eran tipo las 15hs, el bondi que nos depositaria en el Correo C entral para tomar el subte B viajaba a velocidad crucero permitiendo la charla. Allí me entere que los grupos de estudio saldrían a tocar en breve. Fui accediendo a mucha data que Cesar me iba tirando. Las coordenadas de quienes van encendiendo el fuego, de quienes lo van manteniendo. Siempre es bueno escucharlo. Somos amigos desde pibes, compartimos varias secuencias pero por sobre todas las cosas siempre logramos comunicarnos bien. Sin su generosidad muchas cosas no hubiesen sido posibles. Nunca se guardo una data, jamás. Es un fundamentalista de la circulación de conocimientos y eso lo hace especial. La mejor evidencia de esto es el reconocimiento de sus pares, de sus amigos. Es increíble como aquella respuesta de Fontanarrosa “que sus amigos sonrían al verlo llegar” no deja de sorprender cada vez que soy testigo. Desde aquella batería hecha con tachos hace mil años hasta la gitaneada de partes y adminículos referidos a la batería de hoy Cesar Barrionuevo nunca ha dado un paso hacia atrás en cuanto a su carrera se refiera. Desde aquellas primeras clases con Gustavo Jove hasta llegar a quien fuera uno de sus pilares en su trayectoria, Rolando “Oso” Picardi la curva de crecimiento fue vertiginosa. Sin dudas ser cercano a quien transita una búsqueda tan comprometida es enriquecedor. 

Los primeros pasos en la música de grupo de Cesar fueron en formaciones con amigos para luego ya emprender una búsqueda mucho más personal. Sin dudas que la libertad que se genero para él mismo le permitió experimentar muchos géneros. Además de sus incursiones de manera semifija en proyectos con amigues que en su mayoría remitían al rock canción, por curioso, le sumo a su búsqueda distintos enfoques de la música popular: Zamba e pagode, reggae, folklore. Su sensibilidad fue encontrando de a poco el cauce específico para desarrollar un lenguaje característico claramente constituido por lo popular. Recuerdo una palabra, raíz, el principio de todo.

Teníamos que estar a las 17hs en Colegiales. 15:50hs llegamos al CCK para tomar el subte. Durante el viaje veníamos hablando de lo popular, de la búsqueda de lo popular. De esa esencia característica que debe tener una expresión cultural para ser llamada popular. Obviamente debe haber millones de definiciones y no creo que esta nota despeje alguna duda. Solo relato lo que soy testigo. Cuando atravieso la Plaza de Mayo y esas ráfagas de viento me traen los ecos de las fauces de la gran ciudad no puedo evitar preguntarme si alguien está logrando o intentando al menos reproducir eso. Porque yo mido lo popular en tanto y en cuanto me muestren algún rasgo de esa sonoridad, si el caso es musical y se refiere a un proyecto oriundo de esos lares. Uno piensa donde pisa decía Paulo Freire, maestro de la educación popular. Fue por Freire y por la educación popular que tome real dimensión del significado de dicho término. Fue en el estudio de los fundamentos de esa materia en que me convencí que no había forma popular posible sin la conexión con el entorno. Porque lo que nos rodea nos habla. Y empecé a observar si eso se podía trasladar a otros ámbitos. Y por fin escuche.

Lunes, 16:15hs, subte Línea B, arriba Callao, abajo nosotros. Las puertas de la formación se abren, la chicharra amortigua el vendaval de agitación que proviene del exterior, la formación arranca y el rechinar afilado de las ruedas forzando contra los fierros que nos guían colma el aire, la melodía lejana, marcada por picos agudos y acentuados de un vendedor ambulante fija la escena. El bamboleo casi metódico del vagón marca el pulso de la armonía que ya se armo sin que nos demos cuenta. Me es imposible no recordar esa versión de Nostalgias interpretada por el Sexteto Mayor en grandes Valores Del Tango. Ese comenzar poético que marca el camino, son esas cuadritas que haces desde tu casa en el barrio en busca de la avenida acompañado por el sonido de los pájaros que se estrellan de frente con el estridente ruido de la mecánica pesada que nos devora de cualquier esquina y nos vomita en nuestro destino. Y en el viaje, mientras esas bestias metálicas nos van rumiando antes de escupirnos, los rostros de nuestros compañeros de viaje, grises como el cemento que nos sostiene, grises como esa garua finita que nos esquila la trompa o como los vidrios empañados donde dibujamos alguna sonrisa. Al salir expulsado de esa masa enlatada la furia del entorno citadino nos menea el pensamiento, nos ubica en tiempo y espacio, como en esa versión instrumental de Nostalgias en la cual luego del preludio acontece el vendaval. La armonía maciza que vomita sin prejuicio es un bálsamo pesado, húmedo, gris. Para luego terminar en la cumbre, en la gloria de todo ese quilombo. Esa versión es un retrato sonoro de Buenos Aires, ahí está su identidad. 

Antes cuando escuchabas una melodía ya sabias en que esquina había sido compuesta, en que calle. En esa época el Jazz no era un lenguaje esotérico hecho por seis tipos encerrados vaya a saber en qué habitación de qué lugar”. Para pensar, ¿no? Estas palabras de un viejito piola que vi en un documental sobre la historia del Jazz. ¿Qué quiere decir con esto? ¿El Jazz es eso hoy día, un lenguaje esotérico hecho por anda saber quién y en donde? Porque en definitiva yo estoy viajando a un lugar en que seis chabones encerrados se ponen a estudiar esas músicas. ¿¡Que habrá querido decir!? ¿Qué me voy a encontrar cuando llegue allí?

Asomamos la cabeza por la salida del subte en Federico Lacroze, nos recibe la paz del cementerio de la Chacarita, imponente, solemne. Nos quedaban por delante varias cuadras por caminar entre las veredas atiborradas de humanidades cabizbajas que se dirigían o retornaban de quien sabe dónde. Encorvados, la cosa ya no es “la ñata contra el vidrio” ahora sería como “la ñata contra el plástico que protege la pantalla del celular mientras esquivo carne viva por las veredas angostas de mi ciudad”. La ancha avenida nos guía a destino. Doblamos hacia la izquierda y el paisaje se modifica drásticamente. Brota el barrio. Reconozco las características que reúne esta zona de la Ciudad de Buenos Aires. La he visto en otros lados, por ejemplo, en el barrio donde crecimos junto con Cesar. Arboles en las veredas, casas bajas, veredas copadas por cuerpos inertes que ven pasar el día. Escobas y ruleros, correas y caniches, puchos y termos. Se abre la puerta y vuelve a cambiar la escena: un pasillo largo y encapotado de vegetación impide ver más allá de la altura de las paredes que separan los PH. El piso empedrado de adoquines, como si se hubiese construido sobre una antigua calle de la Ciudad. Otra puerta y por fin llegamos.

16:45hs del mismo lunes, éramos los primeros en llegar. Dentro, un piano, una batería, un contrabajo. Fragmentos. Como palabras quietas esperando a ser oradas. Quien nos recibe es Leonel Cejas encargado de dirigir las clases de ensamble de las que forma parte Cesar. De a poco van llegando los demás compañeros. Charlas, mates, te de jengibre. Chistes, bolazos y risas. Cada uno va tomando posición casi sin darse cuenta. Se van encendiendo los motores, esos que funcionan a sangre. Rober, guitarrista Colombiano se calza la viola y empieza a repasar partes, Cesar acomoda la configuración de los cuerpos de la batería a su placer. De espaldas a mí, sentado, cruzado de piernas y sosteniendo en su regazo a su saxo, como si fuera un bebe a quien están por sacarle una foto, se encuentra Carlos Lastra quien también acompaña la dirección de este ensamble. Tanto Carlos como Leo son artistas reconocidos de la escena del Jazz Argentino y desde mi punto de vista  defienden el lenguaje de este género tan popular. De a poco, con una fluidez desconcertante todo ese bullicio, todo ese piiiiiiiiiiiii constante que tenemos, se siente en armonía, como en un lugar seguro.

 “Hay una etapa en la que uno resuelve las cosas a partir de lo que uno tiene como referencia -estamos hablando de una música que nos es ajena, en principio- y todo parte de referencias externas (…) Ajena porque no es nuestra cultura, no es nuestro idioma. Es ajena en todo sentido. En un punto para mí no es ajena porque es la música que yo he estado escuchando en los últimos 25 años, a mí me resulta la menos ajena de todas las músicas. Pero así y todo yo te estoy hablando en español y estoy pensando en español, y hay una relación muy estrecha entre el lenguaje y el ritmo.” Dice Diego Lutteral en esta entrevista del año 2010. Es abrumador el concepto de Diego. Tan acertado como implacable. Despoja de todo romanticismo clásico la idea de interpretar un género popular sin medir su entorno. Toda filosofía es hija de su época dicen los que saben y en esta nota quedan evidenciados esos conceptos. Intentar realizar una música conceptual, creada a los márgenes de determinada sociedad y ejecutada frente a pares que entienden ese lenguaje por ser ellos mismos habitantes de esa realidad que los excluye no es tarea sencilla.

Cuando Diego dice que hay una relación estrecha entre el lenguaje y el ritmo como que la cabeza se me chipeó. No pude avanzar más. Me vi obligado a ir hacia atrás, a revisar todas mis nociones acerca del tema. No me quedo otra que investigar. Pregunte a quienes manejan data piola acerca de la historia de la música y más o menos todos me han dicho lo mismo: Que la música que nosotros estamos acostumbrados a escuchar está dividida desde el enfoque occidental en música clásica y música popular. Que los gregorianos y la iglesia, que lo barroco y su característica contrapuntística y como se empezaron a utilizar esas técnicas de escritura en otros elementos como pianos, violines, etc. Esto amplió el espectro de llegada de la música rompiendo las barreras sociales lo que genero que muchas más personas tengan acceso al estudio de la música. Esta situación podría decirse que dio pasó a la utilización del término académica más allá que la iglesia como institución cultural ya había generado instrumentos de estudio y medición de la música que derivaron por ejemplo en la polifonía. Sin dudas la llegada de las grandes potencias de occidente en cuyo porte también venían arraigados estos métodos, han diluido la riquísima historia de las filosofías originales y no solo de los territorios ancestrales, ergo, el contenido conceptual de los pueblos originarios se pierde detrás de capas y capas de densa cultura colonial.

Vuelvo al tiempo que corre. Mi búsqueda está centrada en lo popular y no quiero hurgar en historias. Al menos en historias tan lejanas. Prefiero las que nos puedan parecer más inmediatas. Y elijo esto porque necesito poder comprobar si eso que tengo ante mí es un lenguaje que puedo identificar, sentir como propio.   

17:30hs. Pum!! Hay un quiebre. Todo ese sonido a garrafas y cacharros de lata cayendo por una escalera infinita desemboca cristalinamente en el colchón de graves que broto a la superficie. Invisible. Palpable. La luz que entraba por el gran ventanal que daba a un patio parecía dirigirse con particular énfasis a quien más la provocaba. Lo grave como contrapunto de la luz. Leo, con su contrabajo en modo atizador de viento le daba volumen a esa masa y la ligaba. Cesar iba quebrando maderas para alimentar el fuego mientras la voz inconmensurable de la línea de saxo de Carlos nos narraba delicadamente una historia, Nayma. Aparece en escena un invitado de lujo en el piano, Alan Zimmerman y de ahí en más todo fue confusión y deleite. La fuerza de la sensibilidad que emanaba de ese piano, de ese conjunto, que exprimía al máximo el oxigeno circundante para alimentar ese fuego. Porque como me dice siempre Cesar cuando me habla de jazz: “¿sabes lo que me dijo Pedro cuando le pregunte que era el jazz para él? ¡FUEGO!” Lo popular es fuego. La situación era tal que uno no podía distinguir si el sonido salía de sus instrumentos o de ellos mismos. Toda esa técnica, toda esa data, toda esa tecnología, toda esa sensibilidad estética, permítanme la redundancia, constituían un hecho idílico que permitía remitirse a otros estados pero sin dejar estar enraizados, sin cortar esa conexión con lo ancestral. No somos negros esclavos, pero tenemos raíces. Y son muy profundas y robustas. Lo popular es un movimiento. Es el fuego danzante que avanza voraz. Pero también es un temblor subterráneo que no necesariamente está obligado a emerger para ser visto sino más bien parece hay que estar dispuesto a sumergirse para encontrarse con él y verlo florecer. La música popular urbana es viajar. Viajar sin cortar la raíz. Es transito perpetuo. Hay una épica en ello, en ese sentido de ser. Puro placer. Puro placer físico, mental, emocional. La elegancia es lo más civilizado que puede hacer el ser humano. Elaboración y refinamiento del esfuerzo. Para mí lo popular es elegancia y el percibirlo te da placer. Es lo máximo que podemos conseguir en la vida. Es saber reconocer y hacer transitar esa multiplicidad de rasgos que observamos de nuestro entorno. Los ojos apenas se distinguen entre la vegetación seca. Se mueven como separados del cuerpo. Los pasos son medidos y certeros. Cada musculo está conectado con cada acción de manera exacta. Los dientes apretados. La respiración intenta poner en ritmo los latidos del corazón. Se arrastra sin tocar el piso, sobre sus garras, como flotando. Zigzaguea, serpentea entre la resequedad del paisaje. La tierra, polvorienta apenas siente su presencia. Y despega. Toda la brutalidad de esa bestia se zambulle de lleno a escena y coreográficamente, poéticamente, se desliza ante nuestros ojos. Lo popular es como un león bailando ballet. 

Así como empezó, culmino. Son cosas que se dejan ver muy de vez en cuando. Hay que estar preparado y dispuesto para cuando tengamos la fortuna de su presencia.  Era imposible despegarse de esa sonoridad. Cuando emprendimos el viaje de retorno, con la tardecita ya en las últimas y ese viento fresco que resopla en la avenida, lo ecos de esa sesión aun jugueteaban en mis oídos. “El oído es lo más tradicional que existe” me dice Juli Cristiani, músico y productor Berazateguense mientras compartimos una sesión de tragos y humos en alguna noche adornada por músicas nuestras. Juli trabaja en varios proyectos musicales: Dilo! Es el grupo en que pone la gola al servicio de las composiciones. Goloka I y II son dos laburos solistas en los que experimenta con todo lo que tiene a su alcance y por último, también busca la complicidad de amigues para poder completar sus viajes y esto queda de manifiesto en People donde con la colaboración de Nico Truchet en batería, Félix Sanabria en Sintetizador,  Federico Prom en Bajo y la voz de la cada vez más sorprendente Camila Bois dan forma a una maravilla de la música urbana actual administrando muy bien el equilibrio entre los moderno y lo tradicional. Pero volvamos a la frase de Julián, la del oído tradicionalista. Mi idea es que el oído no es tradicionalista sino que es demasiado sensible. Es la atomización de la piel, su cumulo. El equilibrio motriz depende de él imaginen si no va a determinar que puede ser tomado como una amenaza o como un elogio. Hay quienes buscan proteger la sonoridad tradicional de los distintos géneros aduciendo que los cambios afectan la escucha final, la experiencia sonora. De este modo todo lo que pueda parecer una amenaza a los oídos de quienes dicen protegen estos valores es tomado como un intento de despojo de las tradiciones. ¿Pero es tan así esto? Sigo sosteniendo que lo popular es fuego y las llamas no son siempre iguales pero todas queman. Lo popular es el acto de mantener vivo ese fuego original. De a fueguitos. Minúsculos infiernos latentes y vibrantes. Me desgasta luchar contra la corriente de quienes ven en los intentos de avanzar un rechazo a la resistencia. Resistir no debería significar fijar posición, puede haber trincheras rodantes, movedizas. Se nos quito la posibilidad de ablandar el oído para hacerlo más permeable a los cambios. A los ojos, por ejemplo se les ha dado todo tipo de variantes: impresionismo, cubismo, abstractismo pero no se trata de la cantidad sino de la diferencia sustancial entre ellas. Todas han roto con la norma y por eso se les permitió ese avance. Y se ganaron ese privilegio por demostrar que el ojo es ojo porque ve pero es humano porque llora. En la música popular no pasa esto, cada género que aparece es despotricado, nada es música popular según quienes saben. Sin embargo me da la sensación que los artistas populares, esos que han sido paridos por barrios populosos, esos que vienen de los márgenes de la sociedad moderna hacen con lo que los rodea un intento desmesurado de gritar a viva voz que su mensaje y su lenguaje no pretende ir por la cabeza de lo tradicional para transformar en parias a los guardianes de los lenguajes originales sino que por el contrario, con las formas y las lógicas convencionales intentan demostrar que todo podría ser de otra manera.  De una manera que tenga que ver más con nosotros mismos. 

19:30hs. La noche se había apoderado del paisaje. Para nuestra suerte llegamos nuevamente al correo central y a los poquísimos minutos vino el bondi que nos dejaba en casa a la hora de la cena. Decidimos celebrar esa tarde con una rica comida y bebiendo unos tintos. La sobre mesa se hizo a base de intentar poner en claro que fue los que nos había pasado… Después. Siempre en el después. Tony Romero irrumpió en esa sobre mesa  haciendo estallar todo. Los “clásicos de siempre” Rodolfocontodo, Aru y El Futuro, Michel Camilo, La Secuela, todo lo que nos está representado en esta época, en este instante de nuestro transito, un lenguaje que nos interpele. Que nos parezca real. Que podamos identificar e identificarnos. Que nos invite a poner en duda todo lo de afuera pero por sobre todas las cosas, lo de adentro. Que Remueva. Que  Escarbe. Que  meta dedito en ocote. Que moleste.

Este viaje fue muy intenso más que nada porque lo realice junto a un ser muy querido e importante en la vida de mucha gente. Una existencia que no tuve la posibilidad de elegir, solo tuve el privilegio de cruzarme con él. Alguien de quien he aprendido demasiado tanto en lo humano propiamente dicho como en lo musical. Más arriba les hable de la buena comunicación entre ambos lo cual permitió no solo que pudiera absorber sus concejos y conocimientos sino que construyo un lenguaje capaz de disminuir al mínimo las interferencias o interpretaciones ambiguas. Y como dije anteriormente, sucedió sin buscarlo. Sucedió de improviso despojando de toda capacidad de reacción. Mire para un lado, mire para el otro y cuando volví al origen ahí estaba. Como cuando advertí  la sonoridad de Nostalgias que remitía al aire porteño, como cuando entre en ese PH de Colegiales y así como así de pronto todo estaba impregnado de Jazz. No se sabe cuando empezó, solo sucedió.

Lo popular sucede.

 

 

  

 

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