Entrevista. Malvinas, la guerra que pudo cambiar en cinco días

Mucho se dijo y se escribió sobre la guerra de Malvinas, pero nunca se contó todo. O, en último caso, cierta información vital no fue dada o pasó desapercibida. En esta entrevista con PORTAL SUR, el vicealmirante (RE) Benito Rótolo alude a unos pocos días durante los cuales pasaron ciertas cosas y no ocurrieron otras que incidieron directamente en el curso de la guerra. “Malvinas: cinco días decisivos” es el libro que el marino escribió junto al politólogo José Enrique García Enciso y donde se cuentan dos historias paralelas que sin embargo llevaron a un mismo final. Un final que bien pudo ser otro. En estas líneas, Rótolo también relata su experiencia en combate como aviador naval y destaca el valor de las tropas argentinas, las que libraron muy dignamente una guerra jamás prevista.

POR: NICOLÁS AVELLANEDA

Los A4Q de su sección ya habían comenzado el veloz descenso. Para iniciar el ataque, sí, pero también para evitar ser detectados por los radares enemigos, lo cual los pondría al alcance de los misiles de los barcos y del letal fuego de los Harriers. En esa instancia, el teniente de Navío Benito Ítalo Rótolo escuchó las voces de dos de sus camaradas: la del teniente de Fragata Marcelo Márquez advirtiendo a gritos la presencia cercana de los Harriers. También, la del jefe de la sección que integraba Márquez y líder de la escuadrilla, el capitán de Corbeta Alberto Philippi, quien informaba que su avión había sido alcanzado por el fuego enemigo y que procedía a eyectarse. El silencio de radio que siguió a ambas comunicaciones indicaba al menos dos cosas: que el teniente Márquez también había sido alcanzado y quizá derribado, y que quedaba muy poco tiempo para decidir lo que fuera que se decidiera.

El hoy vicealmirante (RE) Rótolo –oriundo de Alcorta, Santa Fe- cuenta su decisión al cabo de esos diez segundos de silencio absoluto: “Yo sigo”, dice que les dijo a sus numerales. “Yo también”, respondió cada uno de los otros dos miembros de su sección. Fue entonces que el destino de la fragata británica Ardent quedó sentenciado, aunque en ese momento nadie lo sabía. Más adelante Rótolo habrá de contar en detalle aquella acción de guerra, pero ahora es bueno remitirnos al contexto de esos días y repasar la historia. Una historia que está muy bien contada en un reciente libro cuya autoría Rótolo comparte con el licenciado José Enrique García Enciso, que alude y reúne dos hechos puntuales de la guerra de Malvinas que tuvieron lugar al mismo tiempo, precisamente en un tiempo que los autores dieron en llamar “Cinco días decisivos”.

UN POCO DE HISTORIA                                                                                                                                                                       Para poner en contexto esos “cinco días” y su actuación dentro de ellos, comenzamos por pedirle a Rótolo que parta desde el inicio de esta historia. “Por entonces yo era teniente de Navío y había sido enviado a Brest, Francia. El portaaviones Independencia había sido reemplazado por otro, de la misma línea pero más modernizado, el 25 de Mayo. Yo me había graduado de oficial de la Armada en los años 70 y elegido como orientación la Aviación Naval. Así me topé con el desafío de utilizar aviones a reacción como los de la línea A4 –en particular el A4Q, especialmente diseñado para vuelo sobre el mar-, sin tanto equipamiento pero superiores a los A4B de la Fuerza Aérea. Lo cierto es que durante esa década nos convertimos en el brazo armado de la flota desde el portaaviones, ya que nuestros aviones eran bastante aptos para el lanzamiento de bombas y el ataque a buques”.

El marino –que también es licenciado en Sistemas Navales y doctor en Ciencias Políticas- sigue recordando el tiempo previo al conflicto: “Trabajábamos mucho con la flota. Ese grupo aéreo no solo estaba formado por los aviones de ataque. También teníamos aviones antisubmarinos y los helicópteros grandes, Sea King, antisubmarinos. En síntesis: teníamos una flota equilibrada, con protección antisubmarina y con proyección de ataque. Como usted sabe, para una batalla naval vale mucho pensar en el alcance de las armas, de los misiles en esa época. Un misil de buque podía alcanzar las 35 millas como máximo. En cambio con los aviones podíamos alcanzar blancos ubicados a 300 millas. De modo que habíamos logrado tener una gran actividad aunque no sin dificultades. Es que al comienzo nos costó operar un avión a reacción en un portaaviones tan chico como era el 25 de Mayo; tanto, que nos costó algunas vidas, también. Pero con el tiempo, el gran adiestramiento que teníamos nos fue haciendo sentir cómodos”.

Rótolo, quien con el tiempo llegaría a ser Secretario General Naval y luego Subjefe de la Armada, avanza en su relato y demuestra la frescura con la que aquellos días se conservan en su memoria. “En 1980, cuando los aviones que teníamos ya estaban viejos y muy usados, se dispone buscar un avión de relevo. Y entonces aparece el Super Étendard, un avión derivado de otro con la misma performance que el A4, que era el Étendard, pero al cual los mismos franceses le habían realizado varias modificaciones, al punto de haberlo convertido en un avión misilístico. Además le colocaron un radar y un navegador inercial, ambas cosas fundamentales para la guerra en el mar. Así, en el año 81 partió un grupo de pilotos a buscar los primeros de esos aviones; para comienzos del 82 ya teníamos los primeros que habían llegado en tres grupos. Era un total de cinco aviones que venían con ya con su armamento y su logística completos. Finalmente, en enero del 82, el teniente (de navío, José) Arca y yo fuimos a Francia a realizar –como una suerte de regalo- dos nuevos cursos sobre el Super Étendard, cursos más cortos que los primeros. A la vez, yo tenía que hacer una adaptación como señalero. Y en eso estábamos, en la región de Bretaña, en una base aeronaval francesa, cuando estalló el conflicto de Malvinas. Cito nuestra ubicación porque del otro lado del Canal de la Mancha, frente mismo a la Bretaña, están las costas del Reino Unido”.

Lo cierto fue que el desembarco de las tropas argentinas en Malvinas sorprendió a los tenientes de Navío Rótolo y Arca, quienes así se lo hicieron saber al Agregado Naval argentino. Es que, como bien cuenta ahora nuestro entrevistado, a ambos les pareció un hecho “muy grave”. Sin embargo, aquel capitán de Navío destacado en París trató de tranquilizarlos: “Olvídense. Dedíquense a lo de ustedes porque esto es simplemente una presión para mejorar nuestra negociación. No va a haber ninguna guerra. Esto lo soluciona la misma Argentina: cumple la Resolución 502 (de la ONU), retira las tropas de las islas y se acaba el problema”, rememora Rótolo que les dijo aquel oficial superior. Pero ni Rótolo ni su camarada se tranquilizaron e insistieron en regresar a Buenos Aires. “Y sobre todo luego de ver (porque desde nuestra ubicación se veía a simple vista) la partida de la flota británica, que dejaba en claro que no era un simple operativo. Creo que no exagero si digo que enviaron todo lo que tenían…Eso, para nosotros, fue un mensaje claro de que venían a recuperar las islas. Así que tanto el teniente Arca como yo nos sentimos más cómodos insistiendo en regresar al país”.

PELEAR CON LO QUE HUBIERA 

Ni bien estuvieron de regreso, recuerda Rótolo, ambos se acoplaron a un período de adiestramiento en el portaaviones, donde siguieron utilizando los viejos A4Q que ya no eran tantos pues –como supuestamente pronto llegarían los aviones nuevos-, la mayoría había sido llevada a un taller para hacerles una recorrida muy completa (el avión es desarmado casi en su totalidad y se lo revisa parte por parte, circuito por circuito). Claro que ahora, ante la necesidad de contar con aviones que no se tenían Rótolo y sus camaradas procedieron con practicidad: “Fuimos a ese taller, armamos los aviones que pudimos y logramos tener ocho, ya no con las reparaciones que se había previsto inicialmente, pero que estaban en condiciones de volar. Por supuesto, con limitaciones técnicas y logísticas, pero con la determinación de contar con un  grupo aceptable de aviones abordo, por si algo sucedía”.

De a poco, y al adentrarse en el relato, el ex combatiente comienza a mezclar –necesariamente- lo militar con lo político. Es que no en vano una de las definiciones del término dice que la guerra es “la continuación de la política con otros medios”. Y llegado este punto también vale recordar a Georges Clemenceau, para quien la guerra era “un asunto demasiado serio como para dejárselo a los militares”, dicho esto no en cuanto a las acciones bélicas en sí mismas sino en lo que respecta a las decisiones políticas que llevan a desencadenar, profundizar y/o concluir un enfrentamiento armado con otro país. Expresada la posición que al respecto sostiene el cronista, el que por cierto coincide con el célebre político y periodista francés, volvamos a Rótolo.

“Lo que estaba previsto (lo que se denominó Operación Rosario, N. del R.), era hacer un llamado de atención sobre el tema Malvinas. El Reino Unido tenía, desde la opción de devolvernos las islas a decirnos –al cumplirse pronto los 150 años de la ocupación- que nos olvidáramos para siempre del reclamo de la soberanía sobre el archipiélago. Así que ése era el plan inicial. Y fue muy bien diseñado y ejecutado aunque, como lo decimos en el libro, quizás apresurado. Porque la fecha de ejecución no iba a ser el 2 de abril, pero un hecho inesperado ocurrido en las Georgias –un  incidente realmente confuso protagonizado por personal de la empresa del señor Davidoff, que debía desarmar y retirar del lugar unas balleneras- aceleró la idea de realizar nuestro desembarco en las Malvinas. Pero el plan original seguía siendo el mismo: realizar ese acto de poder, de fuerza, y después retirarse. Ahora, permanecer en las islas y defenderlas ante una potencia que estaba dispuesta a recuperarlas a toda costa, nunca estuvo previsto. Ni estaban preparadas las tropas ni estaban previstos los medios para una defensa semejante. Y no se hizo esa preparación ni esa previsión porque no se iba a llegar al punto de tener que combatir. Por eso digo que es una paradoja para mucha gente joven: hay dos generaciones que no escucharon estas historias. Es que cuando llegó la hora del combate se lo hizo con muchas diferencias respecto del enemigo, más que nada, por la improvisación”, cuenta el otrora piloto aeronaval, mostrando con hechos algunos de los graves errores políticos que respecto de Malvinas tuvo la Junta Militar que por entonces encabezaba el entonces general Leopoldo Fortunato Galtieri.

No obstante, de inmediato el marino reivindica a sus camaradas: “Pero pese a todo eso se combatió. Mire: las tropas que mandaron las mandaron para hacer número; fueron con un equipamiento mínimo: un FAL y algunos cargadores. Y después, como nunca llegó el resto del equipo necesario para el combate, pelearon con ‘eso’ que tenían. Y allí está precisamente el valor de nuestros combatientes”. Claro que, como él mismo lo señala, tanto valor “no oculta la improvisación que hubo”. De modo que, a continuación, se explaya sobre un punto del cual tanto se habló aunque –más de una vez- con más intencionalidad política que conocimiento de la materia.

Habla de la cuestión con sencillez y claridad, pero a la vez con la contundencia de quien sabe lo que dice porque lo vio, lo vivió y, en más de un caso, le dolió hasta el alma: “Si se planifica una cosa semejante y no se prevé la segunda parte, pero tampoco se la evita –cumpliendo con la Resolución 502 y retirándose de las islas-, lo único que puede ocurrir es lo que ocurrió: quedamos atrapados en un conflicto y tuvimos que pelear como lo hicimos. Después de todo, es cierto, no fue tan malo, y por eso para mí tiene una gran dignidad lo que hicieron nuestros combatientes. Porque cada uno, donde le tocó pelear, hizo lo que pudo con lo que tenía. Ni siquiera hubo una preparación mental: el día de la recuperación de Malvinas le diría que más del 95 por ciento de la gente que integraba las fuerzas armadas se enteró por los diarios. Claro que fue una cosa tan secreta porque, precisamente, el objetivo era otro”.

¿QUÉ PASO CON LA FLOTA?                                                                                         

Durante mucho tiempo se criticó el hecho de que la Flota de Mar –supuestamente- había rehuido el combate. La frase más común al respecto era “Se pretendió pelear una guerra en el mar sin enviar la flota”. Sin embargo Rótolo –testigo privilegiado de esos días- desmiente esa afirmación y recuerda: “Nosotros hicimos una semana de preparación en abril y el 28 de ese mes salimos de vuelta porque, si bien se estaba hablando de las negociaciones, la flota británica ya había salido de Ascensión. Entre los más jóvenes decíamos: si de Ascensión partieron hacia el sur es porque vienen por las islas. Además, por otro lado, se había cambiado el concepto de la negociación: Argentina quería negociar con las tropas nuestras dentro de las islas. Por eso pensábamos que si la flota británica seguía avanzando hacia el sur, íbamos a tener un combate, íbamos a ir a una guerra. Eso, claro, a nivel de los oficiales de rango menor; los oficiales superiores, en cambio, insistían en que nunca se iba a llegar a combatir. Lo cierto es que el 30 de abril nos llega la noticia de que una parte de las fuerzas británicas estaban acercándose a nuestras islas. Así, y ante la idea de que pudieran intentar un desembarco, la flota partió en un plan para interceptarlos. Durante todo el 30 de abril nos dirigimos, en crucero de combate, toda la flota, hacia el sector norte de la Isla Soledad”.

El ex subjefe de la Armada también cuenta que durante el primero de mayo de aquel fatídico año los aviones exploradores de la flota –un elemento vital que los ingleses no poseían- estuvieron recabando y suministrando información acerca de la cantidad y tipos de buques de la flota enemiga que avanzaba hacia las islas: un portaaviones, el Invincible, y siete destructores. Así las cosas, relata Rótolo, “A las seis de la tarde del primero de mayo estábamos a distancia de combate; al menos para lanzar los aviones. Después, tendrían que aproximarse más los buques para poder lanzar sus misiles. Lo que pasó fue que, como de noche no se operaba, se mantuvo la distancia de combate para lanzar un ataque al amanecer. Ese mismo primero de mayo nos enteramos de los ataques de Fuerza Aérea. Es que aún cuando no teníamos mucha información de lo que estaba ocurriendo, los tuvimos (a los aviones argentinos) en el radar cuando pasaron por encima nuestro para cumplir con las misiones de ese día”.

Cuando el cronista se dispone a preguntar por qué no hubo combate naval si la flota argentina estaba en la zona, Rótolo se anticipa: “Usted querrá saber por qué nuestra flota no atacó si estaba a distancia de combate. Bueno…La flota tenía la orden de atacar, estaba a distancia de combate y se había desplegado en ese sentido: teníamos tres corbetas de origen francés (ARA “Drummond”, ARA “Granville” y ARA “Guerrico” –N. del R.-) equipadas con cuatro misiles Exocet cada una que iban a ser destacadas para lanzar sus misiles luego del ataque de nuestros aviones. Y el combate seguiría luego de alguna manera porque los Super Étendard estaban en tierra ya con sus misiles alistados, de modo que podrían llegar más tarde. Y además se contaba con los aviones de la Fuerza Aérea. Dicho de otro modo: durante el dos de mayo se podía haber hecho todo el esfuerzo para abatir a la fuerza inglesa o al menos para pararla, para provocarle un desgaste lo suficientemente importante como para que no pudiera realizar el desembarco”.

A esa pregunta finalmente planteada por el propio entrevistado, este mismo responde o, si se quiere, explica: “Ocurrieron cosas fortuitas, como suelen ocurrir en todas las batallas navales y en los comienzos de las guerras. A veces es el azar, a veces la improvisación… En el caso nuestro, durante la madrugada y mientras nos preparábamos para hacer ese ataque, nos metimos en una zona anticiclónica, en un centro de alta presión que bajó mucho, muchísimo, el viento, a casi dos o tres nudos. Y nuestro portaaviones necesitaba tener un viento real, bastante más fuerte, para sumarlo a su velocidad máxima –que era de 20 nudos- y poder lanzar los aviones con las seis bombas que llevaba cada uno, bombas que eran un elemento letal para un buque como el Invincible. Curiosamente esa falta de viento ocurrió en un lugar como el Atlántico Sur, siempre tan prodigioso con sus vientos. Al punto que, en 30 años navegando por ahí, nunca encontramos un día de viento calmo. Lo cierto es que ese hecho fortuito obligó a suspender el ataque. Pero, y aunque ya a la una o dos de la tarde de ese mismo día teníamos viento suficiente para atacar, esa orden se había levantado porque se había suspendido la operación. ¿Por qué esa operación fue de pronto suspendida? Fue una decisión política adoptada en el marco de las negociaciones y la mediación que estaba llevando adelante el presidente del Perú, (Fernando) Belaúnde Terry, lo cual también se detalla ene el libro”.

Tras esa orden de cancelar un ataque que estaba a punto de ser lanzado, la Flota de Mar recibió otra, peor tomada aún por todos sus integrantes: debía replegarse hacia el continente. Dicho de otro modo: ya no podría combatir. “Por orden superior” fue toda la explicación que recibió el comandante de la Flota. Pero ¿por qué?  “Por razones de Estado”, diría suelto de cuerpo cualquier político o diplomático sin fijarse en el escozor que la frase causaría en cualquier hombre de armas. Esa fue, más o menos, la sensación de Rótolo y sus camaradas, acompañada –claro- de una tremenda decepción.

LA VIDA POR LA PATRIA

Aunque muchos no puedan entenderlo, y a pesar de que íntimamente ellos tampoco lo desean, los soldados se preparan toda la vida para la guerra. “Por amor a la Patria” es la única razón entendible. Seguramente por eso, al hacer su juramento, juran defender la Patria y la Bandera “hasta perder la vida”; más allá de que no piensen ni menos quieran morir. De allí la decepción de los miembros de la Flota de Mar al verse impedidos –por decisión ajena- de ir al combate. Sin embargo algunos de ellos –los integrantes de la aviación naval- pronto tendrían su desquite.

Rótolo sigue contando acerca de aquellos días: “Yo seguía pilotando un A4Q ya que los Super Étendard aún no estaban homologados para operar en el portaaviones, algo que se haría más adelante. Y esto es otra prueba de que nunca se previó que hubiera una guerra, sino de todo lo contrario. Por eso los Super Étendard debieron operar desde tierra, con reaprovisionamiento en vuelo y guiados por los aviones exploradores de la Armada. Cuando el tres de mayo el almirante Anaya da la orden de replegar la flota –orden que nos puso muy mal a todos-, el grupo aeronaval se desplegó. Nosotros, con nuestros aviones, fuimos a la base de Río Grande, donde estaban los Super Étendard; también había un escuadrón de Dagger de la Fuerza Aérea, el Grupo VI de Tandil; los aviones exploradores y también los aviones de transporte y apoyo logístico de la  Armada. Los Trackers (aviones Grumman S-2 Trucker, pertenecientes a la Escuadrilla Aeronaval Antisubmarina -N. del R.-) fueron a Río Gallegos y los helicópteros se repartieron entre esas dos bases”.

Mientras, muy lejos del Atlántico Sur, los encargados de las negociaciones no llegaban a buen puerto (en realidad a ninguno) de modo que las fuerzas argentinas estaban cada vez más expectantes sobre un inminente choque armado (más allá de los ya ocurridos con los ataques de nuestra Fuerza Aérea y el injustificable hundimiento del crucero ARA General Belgrano). Rótolo lo cuenta de esta manera: “Como nada sucedía con la negociación, estábamos esperando que en algún momento se produjera el desembarco, el que finalmente ocurrió el 20 de mayo y otra vez con una gran fortuna para los ingleses. Porque hubo mucha niebla durante un día y medio, tiempo más que suficiente para entrar al estrecho de San Carlos y desembarcar. Pero si me permite, antes de seguir adelante quiero explicarle algo: nosotros éramos doce pilotos y teníamos ocho aviones. Así, decidimos utilizar seis aviones por parte de dos grupos de seis pilotos cada uno; de tal forma, siempre nos quedaban dos aviones de repuesto. Finalmente, el 21 de mayo, a la mañana, salieron los primeros seis aviones. Pero la niebla era tan intensa que no tenían objetivos a la vista –los británicos estuvieron muy astutos en no lanzarles ningún misil porque no se veía nada-. Pero poco después la niebla comenzó a disiparse y a aparecer el sol, de modo que de inmediato partieron oleadas de aviones nuestros desde la costa. Desde Río Gallegos, desde San Julián –donde estaban los aviones de Fuerza Aérea- y también de Río Grande”.

Y ahí fue cuando nosotros, a las dos de la tarde –continúa contando el vicealmirante-, salimos con seis aviones hacia el estrecho de San Carlos. El líder era el capitán de corbeta Alberto Philippi, quien había sido comandante el año anterior y ahora era segundo Jefe de la base de Río Grande pero se sumó al grupo porque, para poder formarlo, debimos reclutar pilotos que se habían ido a otros destinos. Su sección estaba integrada por él mismo, el teniente de fragata Marcelo Márquez y el teniente de navío Arca, y luego estábamos los tenientes de navío Roberto Sylvester, Carlos Lecour y yo. Como en el avión me habían instalado un equipo de BLS (Banda Lateral Superior) para poder navegar, antes de despegar yo me demoré porque al equipo había que calibrarlo. Así que nos separamos por unos diez minutos. Finalmente, cuando despegamos, ya no pudimos alcanzarlos”.

Entonces el aviador se adentra en el relato del episodio por el cual terminaría recibiendo la condecoración de “Honor al Valor en Combate” y con parte del cual encabezamos este texto. Pero dejemos que sea el propio Rótolo quien cuente aquella experiencia: “Cuando nuestro grupo aún estaba volando en altura y yo comienzo el descenso, escucho que el capitán Philippi iba por el centro del estrecho San Carlos –habíamos recalado en la zona sur para ir hacia el norte, donde estaban los buques británicos-. Entonces Philippi señala un buque, ordena el ataque y el ataque se concreta. Segundo después, escucho que el teniente Márquez grita diciendo “¡¡Harriers, Harriers!!”, advirtiendo claramente sobre la intercepción de aviones enemigos. Y lo último que escuchamos             –porque ya estábamos volando muy bajo y perdíamos el alcance de radio- fue al capitán Philippi informando que se eyectaba. Como ocurre en estos casos, hubo unos cuantos segundos de silencio de todos nosotros y luego seguimos con lo nuestro. En esos diez segundos que tuve para pensar, decidí seguir con la misión y así se los comuniqué a mis numerales. ‘Yo sigo’, les dije. ‘Yo también’, fueron respondiendo de a uno y todos continuamos hacia los objetivos”.

A pesar del peligro, los tres ignoraron de plano las denominadas “reglas de empeñamiento” por las cuales se aconseja no atacar a un objetivo altamente superior o protegido de tal modo que el ataque se torne inútil. Entonces, agrega Rótolo “decidimos cambiar nuestra trayectoria para protegernos con los acantilados de la isla Soledad. Así, y yéndonos hacia el norte, encontramos el mismo buque, la fragata Ardent, e hicimos el ataque, que ya había iniciado la sección de Philippi. Entre las dos secciones lanzamos un total de 24 bombas contra la Ardent. Eran bombas que se tiraban en forma rasante, eran de cola frenada y armaban un reguero. El buque sufrió al menos dos impactos por parte de la sección de Philippi y otros varios de parte nuestra, producto de lo cual terminó hundiéndose durante esa noche”.

Rótolo también cuenta que aquella tarde “el estrecho San Carlos era escenario de un espectáculo dantesco entre las nubes; los chubascos; el sol; los misiles; los buques que desde la costa nos tiraban con todo lo que tenían y una impresionante defensa antiaérea. Aún así, contra todo eso, pudimos cruzar la barrera de fuego, evitar a un destructor con mucha artillería, ubicar el blanco, hacer los lanzamientos, impactar y salir. Luego del ataque pudimos meternos en la Gran Malvina, en un cañadón y allí nos reagrupamos. Dentro de todo, podemos decir que nos salió todo bien. Entonces tuvimos que trepar y volver, casi sin combustible”. Luego recibiría la información completa sobre la suerte de sus camaradas: la primera sección había quedado fuera de combate aunque no sin antes dañar al enemigo: “Philippi debió eyectarse al ser alcanzado su avión. Pudo sobrevivir unos días hasta ser hallado un granjero que el dio alojamiento y comida y finalmente lo reintegró a Puerto Argentino. El teniente de fragata Márquez murió en combate al explotar su avión, y el teniente de navío Arca terminó con su avión muy dañado (las alas perforadas a tiros y el tren de aterrizaje roto), pero con suerte: al avión que lo perseguía no pudo lanzar sus misiles. Ya sin combustible, se eyectó en jurisdicción de Puerto Argentino, siendo rescatado a duras penas por un helicóptero de Ejército”.

TAN SOLO LA VERDAD

Rótolo habla de sus acciones y no parece considerarse un héroe de guerra. Lo hace como cualquier persona que se refiere a algo hecho en su trabajo. Sin embargo, sabe de la importancia de lo actuado en la guerra por él y el resto de los combatientes. Lo que seguramente le duele –además de las muertes de sus camaradas- son determinados comentarios sobre la flota de mar. Por eso reitera que si la flota no participó de un combate naval que tal vez hubiera sido decisivo para el curso de la guerra fue porque la frenaron mediante una orden superior (tal vez los civiles no lo entiendan, pero los militares están obligados a cumplir con las órdenes recibidas, aún cuando sepan que esas órdenes están mal dadas o debieran revisarse. Y esto es así porque las organizaciones armadas no son democráticas ni aún en el marco de una democracia). De todos modos, aún sin la participación de la flota, el desempeño de nuestros combatientes en Malvinas fue más que digno.

Dignísimo” le dijo cierta vez a este cronista un ex agente del MI6 (el Servicio de Inteligencia Secreto británico), que por aquellos días operaba desde Punta Arenas y tenía dos familiares directos (un hermano y un primo hermano) que integraban, como suboficiales, la Task Force que vino a recuperar las islas. Esa dignidad en el combate por parte de los argentinos quedó expresada en números concretos. Si se habla tan solo de embarcaciones, el enemigo inglés tuvo “ocho barcos hundidos y más de veinte, seriamente dañados”, recuerda Rótolo. Y subraya que, si bien la flota argentina no combatió porque le frenaron el ataque, “quiero destacar  que la flota inglesa tampoco quiso entablar una batalla naval y decisiva: ellos se alejaron”.

A esta altura no podemos menos que preguntarle al marino por qué cree que la flota recibió la orden de no atacar. Entonces, Rótolo explica: “Las razones de esa decisión yo las encontré en los relatos de (José Enrique) García Enciso (el otro co autor del libro), quien por esas horas estaba al lado del general (Leopoldo Fortunato) Galtieri (por entonces, presidente de facto) y vivió las peripecias del manejo de la situación en esos primeros cinco días de mayo. Y es que entonces se estaba analizando la propuesta de paz del presidente del Perú, (Fernando) Belaúnde Terry. Esa propuesta, en su punto uno, disponía el ‘cese total de hostilidades’ de ambas partes y, según el propio mandatario peruano, su iniciativa estaba siendo aceptada por los británicos. Así, el dos de mayo no hubo ninguna acción militar argentina. Y es allí donde la flota perdió su oportunidad porque, una vez replegada, de tener que volver a salir ya no iba a ser tan fácil evitar a los submarinos nucleares británicos porque ya estábamos localizados”.

Sobre el final de la charla, Rótolo cuenta por qué él y García Enciso escribieron el libro: “Hemos hecho un gran esfuerzo en contar estas dos historias que se desarrollan en distintos lugares pero que se ensamblan, sobre todo, en el proceso decisorio y en lo político estratégico. Hasta donde pude comprobar, quienes ya leyeron el libro lo han comprendido muy bien. Es una historia larga pero que está contada en unas 260 páginas, en un gran esfuerzo de síntesis. El libro une dos hechos sobre los cuales no se ha escrito mucho y se ha dicho mucho menos aún. Esto además de que lo poco que se ha escrito no es correcto, tanto en cuanto al despliegue de nuestra flota como al proceso de paz impulsado por Belaúnde Terry. Quizá todo tenga que ver con una concatenación de hechos. Primero el hundimiento del crucero General Belgrano, que frenó la negociación; luego, el 3, la zozobra de la gente por la suerte que habían corrido los tripulantes. Y posteriormente, el cuatro de mayo, la excitación que causó el ataque y posterior hundimiento del destructor Sheffield a raíz de un ataque de los Super Étendard”.

En línea con lo que señala el prólogo, Rótolo se despide subrayando que el libro no pretende crear animosidades de ningún tipo. Dice que él y García Enciso solo se ciñeron a relatar la verdad de esos cinco días de mayo del 82, los que bien pudieron haber cambiado la historia para siempre, en un sentido o en otro. Y es preciso creerle.

 

 

Escribe tu Comentario