Los trabajos y los días / Roberto Arlt, cine y desempleo en la Década Infame

El pasado domingo 26 de abril, el escritor, dramaturgo, periodista e inventor argentino, Roberto Arlt, hubiera cumplido 120 años. Dotado de un gran poder creativo, poseedor de un estilo inconfundible y de temple lunfarda-porteña, Arlt cultivó una novedosa reflexión pendular entre el trabajo, el cine y la vida cotidiana. La literatura de Arlt tematiza el desencanto ante las promesas de progreso y modernización en una década del ’30 marcada por la infamia de gobiernos dictatoriales, el crack bursátil de 1929 y la profunda crisis económica que desató en los años siguientes.

Por VICTORIA LENCINA

Roberto Arlt

La primera edición de El juguete rabioso fue publicada en noviembre de 1926 –Arlt, quien había nacido en abril de 1900, tenía solamente 26 años–. En el segundo capítulo de la novela, “Los trabajos y los días”, Silvio Astier de quince años debe acatar el mandato materno y salir en busca de un trabajo. Su destino está marcado por una miseria acosadora y una pena innominable: la certeza de su propia inutilidad.

Su novata experiencia laboral lo conduce hacia el comercio de Don Gaetano, una casa de compra y venta de libros usados, ubicada en la calle Lavalle. Silvio se siente humillado cuando Don Gaetano lo obliga a pararse en el frente del local y a sacudir vivazmente un cencerro para atraer a los transeúntes. El mandato se cumple porque las historias y aventuras de los libros que vendía Gaetano tenían un férreo competidor –desde hacía ya un vasto tiempo –. Había otro cencerro que se agitaba con elocuencia y lograba cautivar a las personas que paseaban por las calles. En la vereda de enfrente “la gente rebullía por el atrio de un cinematógrafo, con su campanilla repiqueteando incesantemente”.

Los sucesos de la primera novela de Arlt no transcurren en la década del ’20, sino bastante tiempo antes, en la primera mitad de 1910. Hacia 1915, en Argentina, el cine había dejado de ser solo un mero espectáculo de feria y, aunque las salas de exhibición todavía no eran palacios descomunales, sí lograba reunir a una buena cantidad de espectadores en sus puertas. La irrupción de lo moderno se destaca en la descripción de ese paisaje urbano habitado por Silvio Astier, en el esplendor de los cines que disputaban la atención y la fascinación de multitudes. Y, a la vez, implicaban un dilema para los escritores quienes veían el cinematógrafo con encanto, ignorancia o rechazo.

Es interesante que Arlt, en un principio, haya consignado la frase: “rarísima vez voy al cine”. El tiempo se encargó de que se desmienta y contradiga a sí mismo, ya que las reiteradas colaboraciones que realizó para el diario El Mundo permitirán descubrir a un escritor que analizaba películas, actuaciones, ofrecía una mirada sociológica sobre la actualidad cinematográfica –de hecho, una de sus secciones en dicho periódico se tituló de esa manera –, se preocupaba por el estado de las salas de proyección y el comportamiento adoptado por los espectadores en cada función. Arlt era, ante todo, un observador atento y, como tal, había detectado con mirada quirúrgica el modo en que el cine influía en la vida cotidiana de las personas.

En julio de 1932, El Mundo publica la aguafuerte “El cine y los cesantes”, en la que se incorpora la figura del desocupado reciente. La crisis económica mundial, suscitada por el crack bursátil de 1929, se había hecho sentir también en Argentina, trayendo un alza en la tasa de desempleo y una caída impactante en los salarios. Arlt, en esta aguafuerte, hará sonar nuevamente la campanilla del cine para comentar: “El cesante piensa en la cara de su mujer, en las horas largas de la tarde. ¿Dónde? ¿En qué punto del Universo puede comprar a precio más barato el olvido? Tres horas. Y entonces, el tío se arrima a la taquilla, y palma su chirolita. Al fin y al cabo… más caro le va a salir meterse en un café. Más caro le va a costar el ómnibus para ir a tomar mate a la casa de aquel amigo distante”.

En esta aguafuerte, se describe la posición del desempleado, su necesidad de refugio y contención, las promesas de progreso incumplidas, la decepción y frustración de no obtener novedades y la calma espontánea y milagrosa obtenida a través de una cinta cinematográfica. Arlt vislumbra en los cines “baratieris” –cuyo costo era de veinte centavos, en aquél entonces – un atajo, una salida a ese estado de incertidumbre laboral. En definitiva, él mismo se pregunta sobre la razón que lleva a miles de personas a arrebatarse ante el vestíbulo de un cine: “es la miseria. El cansancio. La tristeza. La necesidad de buscar olvido. Un hombre sin trabajo… y aquí ya tenemos la respetable cifra de quinientos mil desocupados que necesita meterse en alguna parte donde lo que sus ojos miren sea completamente distinto a aquello que, día por día, noche por noche, le recuerda que es un ser humano que no produce ni para sí mismo”.

Tanto en las crónicas periodísticas como en los relatos de ficción, Arlt describe las dificultades en conseguir un empleo y, en caso de obtenerlo, detalla las tensiones, rechazos y profundos sentimientos de angustia y humillación. La economía incide en el destino de los personajes de Arlt, así como también en los espectadores que describe en sus aguafuertes. Las películas, mediante operaciones creativas y metafóricas, tienden lazos de cercanía con la realidad política-social de sus espectadores, al tiempo que representan una efectiva herramienta de evasión durante dos horas. Evasión que Arlt no señala como estigma, sino como oportunidad y esperanza…esperanza de que finalmente sea mañana el día en que al desocupado reciente le sea asignado el tan anhelado puesto de trabajo.

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